Es Domingo por la tarde. Termino una nueva sesión de meditación en Espacios de Paz, abrazo a las personas que han venido a compartir este espacio hoy y, con una sensación de ligera expansión arranco el coche. Me dirijo a visitar a una gran amiga; pensar en ella me hace conducir con una sonrisa.
Tras la siguiente curva, el paisaje de las salinas aparece ante mí, justo cuando empieza a anochecer.
Reflejos en el agua, bandadas de flamencos casi dormidos, del mismo rosa que las nubes en este momento del atardecer. En el CD ha empezado a sonar Angie, de Rolling Stones y, por alguna razón, esto termina de convertir este momento en un momento perfecto. O quizá es un instante tan completo en su simplicidad como cualquier otro en la vida, quizá sólo es que en este momento he dejado que me invadiera la totalidad de esta experiencia, la fuerza y la belleza de la vida, y no ha habido nada más aquí que este ahora, sin etiquetas, sin pensamientos. Sólo una plenitud total, una apertura absoluta y feliz en la que la verdadera realidad queda al descubierto.
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